querida psiquiatra: dame fluoxetina

no puedo salir de este hoyo, creo que aún tengo depresión aunque los cuadros de crisis son mucho menos frecuentes. me siento mal, triste, agobiada, vacía y queriendo llenar constantemente lugares que aún no tienen territorio enraizado en mí. no logro determinar las causas, pero todo el día las pienso y pienso y pienso. de pronto siento tanta furia que no puedo contenerla en la superficie, y la guardo nuevamente. así hasta detenerme. y respirar.

Dormir/despertar en la cama propia – Ejercicios III

Otra vez, la piel caliente. Qué ganas de quedarme atrapado en el matrimonio nocturno, entre los velos enredados de tu cuerpo robusto que se apaga al caer el día sobre los ojos aún cerrados. Duermes de día, me acaricias de noche; vespertina, me atrapas en la inconsciencia hasta volver a ti. Te pienso, geografía mal tendida, despeinada cada noche. Pego mi imaginación a tus curvas y me aplasto, me aplasto hasta no respirar más que la asfixia de mi cabeza sobre ti. Es que esta almohada que traes me despide y vuelve a mirar: qué puedo hacer, si no hay más que deseo de seguir a tu lado, solo yo. Corro al viento a despedirte, pero tu magia ya no es el sueño que causas en mí. Es ahora la hipnosis de permanecer, como una hoja seca sobre un vientre, como un río estancado en la lujuria de tus sábanas que me lleva a la muerte de este mundo sensible a tus pies, rendida, sobre un desierto plagado de estrellas y oniria. 

Hogar – Ejercicios II

Alfonso Cobián 194 – Barranco es el lugar de los destellos coloridos y ladridos sorpresa. Muchas huellas y pocas pisadas: viven tres gatas, una perra, un argentino, dos peruanas y una tetera que reclama su presencia cada cierto tiempo. De tres pisos, este lugar parece un congelador que invita a la reunión familiar en tiempos de silencio. La sala permanece con un aire a mueblería china y vejez –es que en esta casa de cincuenta y siete años vivieron muchas personas, entre ellas un coronel que solía recordar sus heroicas expediciones exóticas en el otro continente y conservaba sus reliquias en cada rincón de la casa-, y pareciera que ya no quieren vivir esa historia sino la propia, que huele más a incienso y yerba mate. Por eso quizá todas las ventanas están abiertas y se siente ese aire barranquino.

Hay plantas alrededor, macetas llenas de óxido que albergan vida y un polvo nostálgico en el garaje que una vez fue jardín. En ese espacio descansan las gatas y la perra cuando sale el sol, y así, parecieran reflejos de colores de algún cristal contra el sol. Amarilla, blanca con gris, marmoleada y marrón: ellas son las reinas del espectáculo, de la vida del barrio y de cada niño que intenta jugar con ellas. Es una esquina feliz que contiene tristeza e historias aún por contar, sobre todo del argentino, que añora su niñez en cada comercial cuando se sienta a ver televisión. Solamente despierta con la llegada del mate, a las cinco y media de la tarde, que lo sumerge en la cotidianeidad más profunda de su alma.

Del segundo piso no hay mucho por decir. Todo está infestado de papeles, libros, folletos, revistas y hojas escritas a mano: una peruana es profesora de inglés; la otra, estudia y duerme entre palabras. Ambas parecieran desordenadas, como si no se hallaran en el espacio. Se escucha un zumbido de radio antigua que acompaña sus tardes, y así, todos los habitantes de esta casa saben cuidarse aunque no se hablen mucho, con un ruido desconocido que los acompaña desde algún lugar, tal vez con algún partido relatado o esa música de los ochentas que causa controversia rutinaria en cada desayuno o al despertar.

Crisis – Ejercicios I

El tiempo es mi vecina sentada al borde de su cama mirando al vacío. Es una sombra con mucho peso que se ha estancado hace ya varios minutos entre sábanas y soledad. No mira nada y lo observa todo. Luces tibias adornan su cuerpo acaecido por alguna incertidumbre, como si la sequía hubiese llegado de alguna parte lejana y repentinamente hubiese tropezado con sus manos. De pronto, las mira como se mira a dos lejanas montañas en un vasto desierto estéril y arado, con algún intento de vida. Es muy de mañana para sentir frío sola en su habitación. Pero no lo está más: su gato le pasa la cola por alguna parte del pecho y pareciera recordarle la frialdad del mundo, del hambre que acecha y del tiempo transcurrido. Ella le acaricia el lomo con ternura y se levanta. Quién sabe, quizá se dirige al borde de la puerta, entre la muerte y la vida, o al desierto, con el peso de sus manos, su gato y la soledad.

reflexiones en medio de una crisis positiva

siempre he compartido todo. de hecho, no es compartir, es darlo todo. no quedarme con nada para mí. no es una queja: ya no lo es. es solo que pienso en que tal vez toda mi energía se fue pensando en los demás, en el qué dirán, en esta dependencia que me cegó la seguridad y autoconfianza, en mi amor propio al compartir todo por tener cierta validación en mi vida. yo no quiero esto más, y por eso lo escribo y dejo aquí. firmado.


pero tengo dudas.
dudas de si es que mi camino está bien, de si estoy errando o perdiendo el tiempo. y pues creo que ya no debo pensar así, porque solo me mata. durante mucho tiempo fui una niña triste, y ya no quiero tenerla así. quiero que mi niña juegue, ría y se ensucie.
ya no es tiempo de culpar a papá y mamá. lo que fui hasta ese momento fue responsabilizado por mí. ya no cabe buscar agentes externos a quién culpar: ¿para qué?

he dejado de escribir un año y también tantos otros en los que solo escribía para concursos. y los ganaba. pero de eso no se trata el arte. y yo nunca hice arte, solo gritaba con desesperación que me lean. porque lo volcaba todo hacia otros, no hacia mí. esto lo leo para que mis ojos lo lean y mi alma lo sienta realmente como una disculpa, o despedida, si se quiere llamar así, a esa Andrea dependiente emocionalmente de todo. claro que sigo siendo ella, pero no tan hardcore. como una manera de honrar mi pasado, renovándolo y aceptándome. es chistoso que escriba sobre cosas tristes, o de mí o de mi papá.

y, ¿qué me interesa? pues me interesan muchas cosas, genuinamente: el arte, la belleza de las cosas, lo vulnerable, el mate. la magia. no sé cómo explicarlo, pero tiene un aire triste. yo puedo sentirlo, así como toda la música que he escuchado ha sido triste o nostálgica. y no mucho bailoteo. no mucho rock a todo volumen. no mucho escuchar otros géneros sin juzgar. no sé si ahora esté mejor o no, no recuerdo qué me cambió (supongo que la urgencia de vivir). me encasillé en buscar una carrera en una universidad que acapare todo: las comunicaciones. siempre buscando ser un nexo, una observadora de la magia. estudié traducción e interpretación y observé esa magia en mi mente (nunca llegué a profesar). estudio comunicación para el desarrollo y me cuestiono mis posiciones: ¿para qué? ¿para qué tanto rollo? y de nuevo, el qué dirán. tengo sueños y quiero mantenerlos. es que, siempre han estado. siempre. es como si nunca se hubiera ido esa parte esencial de mí, y esa parte que cree que sí soy capaz de hacer lo que me proponga, así sea intentarlo (lo más crucial). una vez intentado, pues a seguirlo con constancia. y nunca supe cómo seguir yo mi vida sin que mis viejos estén a mi lado diciéndome cómo es la vida, y a mi papá negando todo.

el deporte para mí no existe. no porque no lo quiera, al contrario, me gustan los resultados que te da. pero nunca lo practiqué por miedo de mis padres a que muera en una crisis asmática. en toda mi etapa escolar no hice educación física: era raro que lo hiciera. y así, mi papá nunca jugó conmigo, y mi mamá no quería que me ensucie la ropa. era una niña. no recuerdo haber jugado. no es natural el deporte en mí: supongo que de ahí viene en cierta medida la falta de serotonina. de resentida, no hice más, para no darles el gusto y joderlos, mejor aún, por limitarme a eso. me incentivaron a que cante, por ejemplo, y dejé de hacerlo porque me apoyaban demasiado. no me nacía cantar después de comentarios positivos. creo que siempre quise validación, pero ya me hastiaba también. no sabía qué quería. hoy sé que quiero trabajar en mis pasiones, pero sin pensar en que tengo que tener una carrera o ser buena en mis gustos. no. basta con eso, hace daño. solo hacerlo porque me gusta, porque quiero, puedo y no hago daño a nadie. o eso creo. pero me pongo a pensar en la cadena detrás de lo que hay, la gente relacionada, los animales, y lloro porque mi burbuja no me deja sentir el espectro total de la vida: incluyendo el dolor y la muerte. demasiada tristeza lleva a la parálisis, a la dependencia para hacer tu vida (o no tenerla estéril), y así me he encontrado largos, largos años.

dios

hay aves, pero hay personas que fueron aves. 

no es igual. no es el mismo proceso. no caen por alas, caen por no estar en su propia piel. la anatomía qué importa: destellos hacen volar, pero estas personas que fueron aves lloran. lloran y se elevan. lloran y saben que se perdonan, que ya pueden volar.

tú y yo somos amor. perder contacto con nuestro amado es perder contacto con lo divino.